Allá
por los años ochentas mi generación era empujada por las fuerzas
ideológicas de izquierda y derecha al sendero de la violencia y la
confrontación armada.
Eran
años de gobiernos militares y dictaduras, de grupos armados y
guerrillas. Esa era la América Latina y la Centroamérica de mi
generación en donde muchos jóvenes ofrendaron su vida en la
búsqueda desesperada de la libertad y la democracia.
Nuestro
suelo centroamericano, de economías encadenadas al subdesarrollo,
llena de contrastes, fue el último campo de batalla de la guerra
fría. Muchas madres vieron caer a sus hijos e hijas, y con ello,
desangraron a la población joven, futuro de la patria
latinoamericana.
Pese
a lo oscuro de la noche, una luz se filtró con fuerza e iluminó el
camino de un plan de paz.
El
7 de agosto de 1987, hace tan solo 25 años, los rifles de las
fuerzas beligerantes se silenciaron y el olor a pólvora empezó a
disiparte con el soplo del viento de la paz.
La
población centroamericana llegó al final del amargo camino de
destrucción, pobreza, desolación, duelo y vio el amanecer de la
democracia.
Esa
mañana las manos de hombres y mujeres sobrevivientes abrieron una
zanja en la que se enterraron lar armas a través del cese al fuego y
el fin de las hostilidades.
Hace
25 años atrás se cambió el poder de la fuerza por el poder de las
leyes, los rifles por votos, la dictadura por la democracia y las
bayonetas ensangrentadas por libros.
¿Cuántas
lágrimas nos hemos ahorrado; cuántas vidas se salvaron; cuánta
división nos evitamos?
Aunque
parezca cercana, ya esa fecha está lejos. De la población actual de
Costa Rica alrededor de la mitad o no había nacido o estaba dando
sus primeros pasos. A ellos podemos contar que ese día se cosechó
de la semilla del árbol del diálogo, el amor y la reconciliación.
Muchos
llegamos a ese momento histórico confiados en la visión de un joven
político que creyó en que el diálogo, la paz, la justicia y la
libertad eran posibles.
Siguiendo
nuestra propia huella histórica no invitó a dar un paso de
confianza en la sabiduría colectiva de nuestro pueblo de que la paz
y el diálogo eran mejor que la guerra y la violencia.
Con
justificada razón cantamos en esos días: "Paz para mi gente,
paz para mis campos, paz que amamos tanto".
No
solo se trató de que, como país, la paz en la región era necesaria
para asegurar la propia. Miramos en nuestro pasado y comprendimos que
no existe causa más noble que volcar a todo un pueblo a elevar en lo
alto de la montaña centroamericana la bandera blanca de la paz.
Por
ello, no podré olvidar la hora en que el viento de la paz sopló. En
esa única e irrepetible página de la historia, hace 25 años atrás,
don Oscar Arias nos representó en ese sueño hecho realidad. En
Esquipulas, un 7 de agosto, hace 25 años los Presidentes de Centro
América firmaron junto a él en favor de la vida para mi generación
y las venideras.