mayo 17, 2011

Mi cometa



Todavía está fresco, como ayer, en mi mente, cuando los chicos del barrio hacíamos cometas. Teníamos tal vez, no más de siete, unos más grandes y otros más chicos, cuando en el antiguo campo ayala o en la plaza iglesias nos juntábamos para tratar de elevarlos lo más alto que se pudiera.

Los hacíamos de un papel de colores, entre más colores, mejor. Conseguíamos una cañas, las que cortábamos en delicadas varitas. Un poco de hilo de cuerda, blanca claro, de la que venía en carrucha, como la que se usa para tejer los sacos, con no menos de veinticinco metros de largo. La cola, siempre, con recortes de pedazos de tela, de todos los colores, que remolcara y le diera estabilidad a la cometa.

Luego, una vez armada, pegada, engomada, zarandearla para ver si las uniones quedaron firmes y esperar a la primer corriente de viento, lo suficientemente fuerte como para elevarse sin contratiempos o tomarla y correr contra él, soltando las amarras y el cordón.

Pero no era en cualquier época en el que se podía elevar. Había una época especial, de grandes vientos, en los que los cometas de mi pueblo se alzaban más allá que cualquiera en cualquier parte del mundo.

Ya un día no volví a elevarlos. Un día guardé todo y me olvidé de ello. No fue sino hasta años después que un niño tiró de mi camisa y me pidió que le ayudara a alzar su cometa. Ahí, mirando al cielo, ambos esperamos la mejor corriente de aire para elevarlo hasta el infinito. Claro, ahora los cometas son mejores, traidos de china algunos, ya no se usa la caña, el hilo y otros más...pero la ciencia de elevarlos, sigue siendo la misma.

mayo 08, 2011

Patinar con los bee gees


 Cuesta, después de varias décadas, precisar la fecha pero se aproxima a los inicios de los ochentas,  en algún momento en medio de las elecciones estudiantiles.

Fuimos un grupo de mis ex compañeros, un grupo de ansiosos jóvenes idealistas, como debía ser, en una tarde cualquiera a divertirnos, cuando decidimos bajarnos de la ideología y el fanatismo, y ser simples mortales, sin nada más que la edad para pasarla bien. 

Luego de esa vez, pasé miles de miles de veces más enfrente con deseo de entrar, volviendo a ver para adentro, pero no lo hice, pues no tenía razón para ello.

No fue sino hasta hace poco que me vi forzado por específicas circunstancias a ingresar nuevamente a este lugar.  Como soy fácil para asumir retos, fui invitado discretamente a lanzarme a la pista, a lo que primeramente respondí: “tengo como treinta años de no patinar…”. Luego de ver a otros ir y venir me dije; “y por qué no?”.

Así que me encaminé a la ventanilla y le dije al encargado de los equipos: “Tendrá de mi tamaño?. Los trajo y me los puse.

Me los fijé lo más fuerte que pude, me levanté y agarrado de la barra para inexpertos, di los primeros pasos, no sin confesar que tenía un profundo miedo a caerme y quebrarme, más que al ridículo del espectáculo.

El sudor salió por cada poro de mi cuerpo, di los primeros pasos suelto, recordé lo que bien había aprendido muchos pero muchos años atrás. Perdí con cada trazo de mis pies un poco más de miedo  y me entusiasme a seguir moviéndome al ritmo de los bee gees. Presente y pasado en un mismo lugar.

A todo estos, se me olvidó que andaba con ropa de oficina, con corbata y mancuernas, bien peinado y en corbata, al grado de que el encargado del lugar me dice por el alta vos: Aquí la persona más elegante que ha patinado en este lugar!...

La primera vez era un jovencito. Esta vez, algo más entrado en años.  Antes, de la mano de mis amigos y amigas, ahora de una niña de ocho años, quien me le levantó cuando me caí de mis patines de cuatro, quien se rió conmigo, me hizo perder el miedo y vergüenza…Gracias a mi hija por haberme dado esta oportunidad, por ser esa avejita que pica y nos despierta.