diciembre 21, 2013

Aquellas comidas de diciembre

Era gastronomía local,  tal vez no muy diferente a la del resto del país. Mis recuerdos de la comida en diciembre es variado, pero intentaré resumir algunos sabores aún presentes en mi paladar:

La primera de ellas es el tamal de doña Nury: Se preparaba casi siempre el día 21 de diciembre. Días antes se compraban las hojas, la carne, el maíz y los demás ingredientes, en especial la papa, que le ofrece al tamal una característica única, una buena dosis de ajos y, el caldo de pollo, res y cerdo. Lo llevábamos a moler bien temprano, como a las 4 a.m. al molino (existieron varios en nuestro barrio) y lo traíamos a la casa para que mi tía Luz empezara la tarea, como a eso de las 6 a.m. y ya para el medio día, con la ayuda de mi abuelo Mateo, encargado de la madera y el fuego, estuvieran los primeros tamales listos.

La segunda comida era la lengua en salsa de la noche del 24. En mi casa no se acostumbró el Pavo, como es más frecuente hoy en día, pues era muy caro y poco usual. Se comía en mi casa lengua en salsa, con arroz blanco y papitas tostadas Irazú. Esa noche era una celebración desde temprano, con gran parte de la familia y una veintena de amigos y amigas de la Juventud Liberacionista, que siempre teníamos el agrado de recibir en la casa. Se cantaba con guitarras musica trova, tangos de Gardel, el corrido a don Pepe si estábamos en elecciones y un poco de música del grupo musical del pueblo: los Hicsos. A la par se le ponía una ensalada, bien modesta, con lechuga y rebanadas de tomate.

La tercer comida navideña era el rompope. En especial lo hacía mi abuelita entre navidad y año nuevo, con la ayuda de uno de mis tíos, Rodri, quien era el catador oficial. Si me preguntan como lo hacía, tendría que decirles que es un secreto su fórmula y no puede encontrar sustituto en ninguna parte. Al menos tenía leche, canela, era como preparar el atol, y un poquito de guaro, pero en la cantidad correcta para que nadie se embriagara.

El queque navideño es la cuarta comida. Solo que en Cartago, eran pocos lo que lo hacían con guardo, pero eso sí, con muchas frutillas adentro. Era un queque como cualquier otro, un poco más negro, pues se le ponía azúcar moreno, y las famosas frutas dulces, pasas, nueces, y otras frutas secas, algunos tenían un lustre, pero casi siempre se partía a la mitad y se rellenaba de dulce de leche, lo que hacía de ese queque navideño un peligro para quienes tenían problemas con la diabetes. Algunas personas hacían arrollados, cilíndricos, que eran como un queque y encima le ponían azúcar en polvo, pero los ingredientes en ambos eran similares. Era especial para comerse con el rompope.

En la fiesta navideña, mucho era compartido, pues mis tías políticas siempre nos ofrecían boquitas, como atún arreglado en canastitas, frijolitos volteados con tortillas caseras, garbanzos en salsa con pollo, arroz con pollo, gallitos de salchichón y chorizo...y claro, los fresquitos.

Durante mucho tiempo en Cartago se vendió el Chauite o Chahuite (perdón pero no me acuerdo si se escribía de esa manera), en la ventana del Salón París, que era una mezcla folclórica de bebidas, que al principio parecía inofensiva, pero conforme se ingería la cosa se ponía bonita y al día siguiente era de  morir. Mucha gente la compraba para esas fiestas, y la ofrecían a las visitas, pues tenía la aceptación popular, por su precio bajo, pero también por su buen sabor.

diciembre 16, 2013

Los chinamos en diciembre


Nací en una época en la que Chinamo no era un programa de televisión, con animadores, juegos y otras cosas, sino una forma de ganarse la vida.

Era la época en la que no existía ni medio mall, ni grandes centros comerciales, sino humildes e improvisados puestos de ventas de tilíches. Era la época en donde todos sabían lo que era un tilíche.

Así como terminaban las clases aparecían los chinamos.

Los chinameros ponían sus ventas a un lado del mercado central, luego se fueron extendiendo a otros puntos o lugares, pero todos tenían cosas en común: lana de árbol viejo para los portales, figuras de yeso que hacía mi tío abuelo Rodrigo, pintadas con base verde, pesebres, aserrín de colores. Habían pastores ovejeros, reyes magos y cuanto otro personaje se le ocurriera.

Jamás olvidaré los juguetes, que en mi pasado más antiguo, eran muchos de ellos de artesanos que trabajaban madera y hacían carritos, caballitos, boleros, maromeros, trompos, así como muñecas de trapo. 

Los chinameros se quedaban a dormir casi a la intemperie en esas noches friolentas y al día siguiente llegaban los reemplazos con un buen termo de café y el pinto. De ahí se iban para sus trabajos ordinarios, pues en esencia, el chinamo, era una extra en diciembre.

Mi abuelito Mateo me compró en esos chinamos -varios años- los carritos de madera, que de vez en cuando he visto vender en algunas partes del país y me transportan a esos recuerdos lejamos.

A mis abuelitos, en los mejores tiempos de sus papás, el niño (no existía ese gordo vestido de rojo) les traía el niño un bolero, un cinco y una melcocha. Y más les traían los reyes magos, tradición que se perdió con el tiempo.

Volviendo a mi infancia recuerdo que al pasar por los chinamos llegaba ese olor a lana, pero también a la cartulina que vendían arreglada con colores diversos para decorar partes de los portales, como negro con escarcha para el cielo cual noche oscura con lindas estrellas. Y la estrella, es que era de cartón con doble lado con escarcha y la colgábamos del techo de la casa para que quedar bien arriba del pesebre.

Y si por las dudas, también se podrían comprar hojas para los tamales y hasta las bombillas para iluminar cualquier parte de la casa.

Ya hace muchos años que no paso por un chinamo. Pero prometo hacerlo antes de que termine este año. No cuenta en mi caso el haber pasado por el chinamo que sale en televisión...