mayo 14, 2012

Panaderías de barrio que ya casi no encuentro


Un fin de semanas de estos pasé por una vieja panadería de mis barrios de infancia, de lo poco que queda en ese lugar aún en pie con algún grado de antigüedad. Ha sobrevivido a a la par de las más modernas y competitivas. 
Esa panadería se sostiene a fuerza de tradición y una cucharada de calidad con sabor a pueblo. Entré con ojos de intriga, pues ya habían pasado unos veinte años desde la última vez que puse un pie en ese lugar. 

Miré por todos lados, tratando de encontrar algún recuerdo, alguna comida que aún pudiera saborear que le transportara a aquellos años mozos, pero se impuso a mis recuerdos un fuerte olor a pan fresco. Luego de repasar cada esquina y bajo la mirada atónica de la vendedora, respondí a la pregunta que ella me hizo. -Si, deme ese pan, grande, el más grande que tenga de esos que están ahí sobre la mesa.

Era un pan largo, ancho, como de unos cincuenta centímetros de largo y unos diez de ancho, con una pizca de harina encima. -Está quebrado, me contestó. -No importa, deme otro igual. -No, los demás son mas pequeños, solo este nos queda así. -Bueno, entonces lo llevo, aunque esté quebrado. -Cuanto es? -Setecientos cincuenta, pero le vamos a cobrar solo setecientos por estas partido. -No se preocupe, por mi esta bien. Lo tomé con cuidado, cual objeto valioso imaginando el desayuno del día siguiente: natilla y pan. Atrás quedó esa pequeña venta de panadería, pintada del mismo color de toda la vida, con sus bandejas tradicionales, colores y aromas que se han ido perdiendo en el tiempo. 

Aún cuelga en sus paredes un artículo de periódico que en alguna oportunidad habló de ellos. Aun está de pie, soportando los embates del modernismo. Cuánto más soportará. Tal vez no mucho, pero tal vez me equivoque y siga ahí muchos años más, invitando a algunos nostálgicos a entrar.