Nací en una época en la que Chinamo no era un programa de televisión, con animadores, juegos y otras cosas, sino una forma de ganarse la vida.
Era la época en la que no existía ni medio mall, ni grandes centros comerciales, sino humildes e improvisados puestos de ventas de tilíches. Era la época en donde todos sabían lo que era un tilíche.
Así como terminaban las clases aparecían los chinamos.
Era la época en la que no existía ni medio mall, ni grandes centros comerciales, sino humildes e improvisados puestos de ventas de tilíches. Era la época en donde todos sabían lo que era un tilíche.
Así como terminaban las clases aparecían los chinamos.
Los chinameros ponían sus ventas a un lado del mercado central, luego se fueron extendiendo a otros puntos o lugares, pero todos tenían cosas en común: lana de árbol viejo para los portales, figuras de yeso que hacía mi tío abuelo Rodrigo, pintadas con base verde, pesebres, aserrín de colores. Habían pastores ovejeros, reyes magos y cuanto otro personaje se le ocurriera.
Jamás olvidaré los juguetes, que en mi pasado más antiguo, eran muchos de ellos de artesanos que trabajaban madera y hacían carritos, caballitos, boleros, maromeros, trompos, así como muñecas de trapo.
Los chinameros se quedaban a dormir casi a la intemperie en esas noches friolentas y al día siguiente llegaban los reemplazos con un buen termo de café y el pinto. De ahí se iban para sus trabajos ordinarios, pues en esencia, el chinamo, era una extra en diciembre.
Mi abuelito Mateo me compró en esos chinamos -varios años- los carritos de madera, que de vez en cuando he visto vender en algunas partes del país y me transportan a esos recuerdos lejamos.
A mis abuelitos, en los mejores tiempos de sus papás, el niño (no existía ese gordo vestido de rojo) les traía el niño un bolero, un cinco y una melcocha. Y más les traían los reyes magos, tradición que se perdió con el tiempo.
A mis abuelitos, en los mejores tiempos de sus papás, el niño (no existía ese gordo vestido de rojo) les traía el niño un bolero, un cinco y una melcocha. Y más les traían los reyes magos, tradición que se perdió con el tiempo.
Volviendo a mi infancia recuerdo que al pasar por los chinamos llegaba ese olor a lana, pero también a la cartulina que vendían arreglada con colores diversos para decorar partes de los portales, como negro con escarcha para el cielo cual noche oscura con lindas estrellas. Y la estrella, es que era de cartón con doble lado con escarcha y la colgábamos del techo de la casa para que quedar bien arriba del pesebre.
Y si por las dudas, también se podrían comprar hojas para los tamales y hasta las bombillas para iluminar cualquier parte de la casa.
Ya hace muchos años que no paso por un chinamo. Pero prometo hacerlo antes de que termine este año. No cuenta en mi caso el haber pasado por el chinamo que sale en televisión...