mayo 29, 2012

Que vivan mis paperos de Cartago.


Hace algunos días me levante temprano, al final de la noche, antes de que los primeros rayos del Sol dibujaran el filo de la montaña. Tomé camino hacia las faltas del Irazú y el Turrialba, para recorrer una vez más los trillos de mi pueblo, un poco por Oreamuno, Tierra Blanca, Cot, Pacayas y Santa Cruz de Turrialba, hasta volver por Juan Viñas, Cervantes y Paraíso. 
El amanecer brillante llenó los espacios oscuros en verdes y orquestadas hileras de siembras, todo un trazo planificado y simétrico elaborador cual telar con ingenio, fuerza y ciencia por hombres y mujeres, héroes silenciosos de nuestro país.
Papas, cebollas, lechugas, tomates y zanahorias; más adelante cebollinos, culantro, brócoli, repollo y coliflor, seguido de lecherías, queseras y natilla, pasando más tarde, por cafetales, cañales y chayotes. Mi rostro se refrescó por la caída de un fría, leve y delgada llovizna y un penetrante aire puro y limpio que inhalaba repetidamente con placer. A temprana hora el trabajador del campo en su faena diaria. 
En estas laderas del volcán Irazú y Turrialba no existe domingo ni día feriado, solo trabajo fuerte, de tierra, agua, sol, bruma, frío y rezar por la benevolencia de un buen clima y una generosa cosecha. Aquí los horas no se pierden en reuniones, contestar llamadas telefónicas o frívolo intenet. 
Cada minuto del día cuenta, una veces para cuidar la cosecha, preparar la tierra, desyerbar, eliminar plagas, ordeñar, procesar la leche, sembrar, cultivar y llevar a las ferias, al mercado y hasta exportar. Aquí el costo de una papa, cebolla o queso palmito vale diferente que para un citadino. Aquí vale la vida, el pago del préstamo, la compra del abono, la comida de hoy, el que hijos puedan continuar en la escuela, en soñar cambiar un camión por otro camión, el reparar la casa y, tal vez, algún día, salir de la pobreza. 
Esa es la realidad de mi pueblo, gente humilde que trabaja un día y al siguiente también, con gran esfuerzo, sin quejarse, sin arrugar la cara, por vivir con lo mínimo, pero con la fuerza y determinación de un guerrero. Ese es el campesino mencionado en los cánticos y tallado en las esculturas. Hombres y mujeres de hierro, que nos llenan invitan a los demás a tomar su ejemplo y con ellos sembrar junto una ilusión. A mis paperos y campesinos de Cartago, gracias, por ser la gente de verdad, la que hace patria, la de camisa blanca.