Hace algunos días me levante temprano, al final de la
noche, antes de que los primeros rayos del Sol dibujaran el filo de
la montaña. Tomé camino hacia las faltas del Irazú y el Turrialba,
para recorrer una vez más los trillos de mi pueblo, un poco por
Oreamuno, Tierra Blanca, Cot, Pacayas y Santa Cruz de Turrialba,
hasta volver por Juan Viñas, Cervantes y Paraíso.
El amanecer
brillante llenó los espacios oscuros en verdes y orquestadas hileras
de siembras, todo un trazo planificado y simétrico elaborador cual
telar con ingenio, fuerza y ciencia por hombres y mujeres, héroes
silenciosos de nuestro país.
Papas, cebollas, lechugas, tomates y
zanahorias; más adelante cebollinos, culantro, brócoli, repollo y
coliflor, seguido de lecherías, queseras y natilla, pasando más
tarde, por cafetales, cañales y chayotes. Mi rostro se refrescó por
la caída de un fría, leve y delgada llovizna y un penetrante aire
puro y limpio que inhalaba repetidamente con placer. A temprana hora
el trabajador del campo en su faena diaria.
En estas laderas del
volcán Irazú y Turrialba no existe domingo ni día feriado, solo
trabajo fuerte, de tierra, agua, sol, bruma, frío y rezar por la
benevolencia de un buen clima y una generosa cosecha. Aquí los horas
no se pierden en reuniones, contestar llamadas telefónicas o frívolo
intenet.
Cada minuto del día cuenta, una veces para cuidar la
cosecha, preparar la tierra, desyerbar, eliminar plagas, ordeñar,
procesar la leche, sembrar, cultivar y llevar a las ferias, al
mercado y hasta exportar. Aquí el costo de una papa, cebolla o queso
palmito vale diferente que para un citadino. Aquí vale la vida, el
pago del préstamo, la compra del abono, la comida de hoy, el que
hijos puedan continuar en la escuela, en soñar cambiar un camión
por otro camión, el reparar la casa y, tal vez, algún día, salir
de la pobreza.
Esa es la realidad de mi pueblo, gente humilde que
trabaja un día y al siguiente también, con gran esfuerzo, sin
quejarse, sin arrugar la cara, por vivir con lo mínimo, pero con la
fuerza y determinación de un guerrero. Ese es el campesino
mencionado en los cánticos y tallado en las esculturas. Hombres y
mujeres de hierro, que nos llenan invitan a los demás a tomar su
ejemplo y con ellos sembrar junto una ilusión. A mis paperos y
campesinos de Cartago, gracias, por ser la gente de verdad, la que
hace patria, la de camisa blanca.